Mi viaje a Marrakech ha sido un auténtico torbellino de sensaciones. Una ciudad intensa en color, llena de tintes, especias y contrastes que se quedan grabados en la memoria. Desde perderme en el zoco y sus calles laberínticas, hasta vivir la experiencia de montar en camello en el desierto, cada momento ha sido único. También me escapé a Essaouira, donde el mar, la brisa atlántica y la arena fueron el contrapunto perfecto al bullicio de la ciudad.
De regreso al caos de Marrakech, me encontré con motos que se cruzan a toda velocidad, vendedores incansables y la eterna aventura del regateo (lo admito, soy bastante mala en eso 😅). Pero cada rincón me regalaba algo nuevo: desde descubrir el proceso del aceite de argán, hasta llenar la maleta de pequeños tesoros y regalitos.
Mis imprescindibles de viaje
En este viaje confirmé lo mucho que ayudan los detalles prácticos y con estilo. Mis túnicas de seda, amplias y ligeras, fueron el aliado perfecto contra el calor. Combinarlas con pañuelos de seda pintados a mano me permitió sentirme fresca y cómoda sin perder elegancia. Y, por supuesto, los abanicos de seda y madera fueron indispensables: nada como abrirlos en mitad del zoco o en la playa para llevar el calor con estilo.
Lo que aún me queda por vivir
Aunque la experiencia ha sido intensa, Marrakech me ha dejado con ganas de más. Me falta vivir un auténtico hammam, probar las famosas berenjenas con miel y, por supuesto, hospedarme en un riad tradicional para sentir la calma detrás de las murallas.
Volveré con seguridad, porque esta ciudad no solo me ha regalado recuerdos, sino también miles de ideas e inspiración para mis próximas creaciones.
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